Aguila imperial


Semejan alas del águila imperial


cerrándose
    
 bajo el cóncavo cielo de Junio.


Pero no;


son solamente mundos adentro de otros mundos


infinitamente multiplicados por mil


hasta donde el ojo humano


y la noción de fracción de luz


enloquece


y deja lugar a ese invento demencial de los seres solitarios y algo pérfidos


(como  águilas imperiales)


 llamado Física Nuclear...

Amor constante

Cerrar podrá mis ojos la postrera Sombra que me llevare el blanco día, 
Y podrá desatar esta alma mía 
Hora, a su afán ansioso lisonjera; 

Mas no de esotra parte en la ribera 
Dejará la memoria, en donde ardía: 
Nadar sabe mi llama el agua fría, 
Y perder el respeto a ley severa. 

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, 
Venas, que humor a tanto fuego han dado, 
Médulas, que han gloriosamente ardido, 


Su cuerpo dejará, no su cuidado; 
Serán ceniza, mas tendrá sentido; 
Polvo serán, mas polvo enamorado.




 Francisco de Quevedo

Simple cáliz

Una boca de origen ígneo,
católica, apostólica, romana,
vino a mi sangre y se inclinó sobre la bóveda del mercado central de mis deseos...


Allí saboreamos frutos tropicales macerados con champagne,
jugos derramados en cálices innombrables. Frente a los altares,
despertamos a 'la bestia'.


Y con la paciencia infinita que bajo el sol tienen
los insectos y reptiles de otras Eras,
encendimos el infierno que ahora nos reivindica
y nos refunda...


Semidormida entre los pectorales
desperezo mi sumo placer,
mi limbo hedonista,
el maná nunca prometido y ahora en la mesa de los festines amatorios

Imagen de Espacio de Luna.
Texto: Alicia.

Inaudita

Le habitaba una boca de genealogías profundas.

Situó en la bóveda del mercado mayor,

su cartografía de seda cruda y azafranes:

se había convertido en una horda de centauros cristalinos

el cuerpo que creí humano, criatura de memoria volcánica.

Y yo todavía sin saber que hacer con mi astrolabio,

los candelabros de jade, las columnas de sangre que dejaba al volar...

La víctima inagotable



Ven hacia mi espejo,
fiera de luz caída sobre mi cuerpo.
Ven, persigue mi andar
de sombra tuya.

Espera a que se transparente la luna
ahogada en la inquietud curvada de la noche.

La alfombra se desliza
como una caricia de interminable celo.

Ven a mi espejo clandestino
persiguiendo esta hilera
de lunas de mi cuerpo,
  besando las cálidas opacidades
que se esconden detrás de mi espalda.

Y después la noche
ya es un motín de estrellas
atrás de cada beso…

Cuántas furias indescifrables traes:
Jauría de ti…
Jauría de mí…

Siente el vientre de mi aliento que te acecha:
ladrón de mis gemidos,
miente como  la noche
los gozos clausurados
de la sombra.


¿Dónde te ocultas,
 torrente de prohibiciones,
espía de mi noche tras la noche?
¡Ah, jadeo de todos los alientos!
Galopas y galopas
por los linderos musicales
 de mi cuerpo…

Soy tu víctima inagotable
  entre tu ansia y el amanecer.

Luego abres la ventana de tu alma
y escapas hacia ti
como un ladrón de madrugadas.
Y después regresas, todo nimbado de ternura,
animal vencido por mi cuerpo
que cae dormido sobre mi almohada

      'LA VÍCTIMA INAGOTABLE'. Virginia Pineda

de Olga Orozco



Aunque se borren todos nuestros rastros igual que las bujías en el amanecer...
Aunque se borren todos nuestros rastros igual que las bujías en el amanecer
y no puedas recordar hacia atrás, como la Reina Blanca, déjame en el aire la sonrisa.
Tal vez seas ahora tan inmensa como todos mis muertos
y cubras con tu piel noche tras noche la desbordada noche del adiós:
un ojo en Achernar, el otro en Sirio,
las orejas pegadas al muro ensordecedor de otros planetas,
tu inabarcable cuerpo sumergido en su hirviente ablución, en su Jordán de estrellas.
Tal vez sea imposible mi cabeza, ni un vacío mi voz,
algo menos que harapos de un idioma irrisorio mis palabras.
Pero déjame en el aire la sonrisa:
la leve vibración que azogue un trozo de este cristal de ausencia,
la pequeña vigilia tatuada en llama viva en un rincón,
una tierna señal que horade una por una las hojas de este duro calendario de nieve.
Déjame tu sonrisa a manera de perpetua guardiana, Berenice.

Pronto entraría en ese mundo...




Los  conocimientos  o  habilidades  que  te  enseñan  en  las  clases  de secundaria  no  se  puede  decir  que  tengan  una  gran  utilidad  en  la  vida 
diaria, eso seguro. Y  los profesores son en su gran mayoría un hatajo de estúpidos.  No me  cabe  la menor  duda.  Pero  ¿sabes?  Tú  vas  a  irte  de casa. Por lo tanto, en el futuro quizá no vuelvas a tener la oportunidad de 
pisar  la escuela, así que, mientras puedas, es mejor que  te metas en  la cabeza  todo  lo que  te enseñen,  te guste o no. Tienes que  ser  como un papel  secante  y  absorberlo  todo. Qué  debes  guardar  y  qué  debes  tirar, 
eso ya lo decidirás más adelante. 
Y  yo  seguí  ese  consejo  (yo  solía  seguir  los  consejos  del  joven llamado Cuervo). Puse  los cinco sentidos en ello, convertí mi cerebro en 
una esponja, agucé el oído y grabé en mi cerebro todas las palabras que 
se pronunciaban en clase. Disponía de un tiempo limitado: las asimilaba, 
las memorizaba. Por  lo  tanto, pese a no estudiar apenas  fuera de clase, 
siempre era de  los que en  los exámenes  sacaba  las puntuaciones más 
altas. 
A medida que mis músculos  se endurecían  como el metal, me  iba 
convirtiendo en una persona callada.  Intentaba evitar que  las emociones 
se me  traslucieran en el  rostro, me entrenaba para ser capaz de  impedir que profesores y compañeros de clase adivinasen qué estaba pensando. 
Pronto entraría en el cruel y agresivo mundo de  los adultos y  tendría que 
sobrevivir en él yo solo. 
Debería ser más fuerte que nadie. 
Al mirarme al espejo descubría en mis ojos la frialdad de los ojos de un  lagarto, veía cómo mi  rostro se había  vuelto más duro e  inexpresivo. 
Pensándolo  bien,  hacía  tanto  tiempo  que  no me  reía  que  ni  recordaba 
cuándo había sido  la última vez. Ni siquiera sonreía. Ni a  los demás ni a 
mí mismo. 


Frag. de Kafka en la orilla. Murakami-


Y la razón es que la tormenta 
no  es  algo  que  venga  de  lejos  y  que  no  guarde  relación  contigo.  Esta 
tormenta, en definitiva, eres tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo  
único que puedes hacer es resignarte, meterte en ella de cabeza,  taparte 
con  fuerza  los  ojos  y  las  orejas  para  que  no  se  te  llenen  de  arena  e  ir 
atravesándola  paso  a  paso.  Y  en  su  interior  no  hay  sol,  ni  luna,  ni 
dirección,  a  veces  ni  siquiera  existe  el  tiempo.  Allí  sólo  hay  una  arena 
blanca  y  fina,  como  polvo  de  huesos,  danzando  en  lo  alto  del  cielo. 
Imagínate una tormenta como ésta. 
Me imagino una tormenta como ésa. Un blanco remolino que apunta 
al cielo, irguiéndose vertical como una gruesa maroma. Mantengo los ojos 
y  las  orejas  fuertemente  tapados  con  ambas  manos.  Para  que  la  fina 
arena no se me meta en el cuerpo. La tormenta se acerca deprisa. Desde 
lejos  puedo  sentir  la  fuerza  del  viento  en  la  piel. Va  a  engullirme  de  un 
momento a otro. 

*Frag de Kafka en la orilla de Murakami.-