Azucenas letales

Insomnio 

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según  
        las últimas estadísticas).  
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este  
        nicho en el que hace 45 años que me pudro,  
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los 
        perros, o fluir blandamente la luz de la luna.  
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como  
        un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre  
        caliente de una gran vaca amarilla.  
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por  
        qué se pudre lentamente mi alma,  
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta 
        ciudad de Madrid,  
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el  
        mundo.  
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?  
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,  
las tristes azucenas letales de tus noches? 

(De «Hijos de la ira») Dámaso Alonso



Los árboles

Se oyó un hondo zumbido de bosques agitados,
volvió la muchedumbre los ojos con pavura
y viéronse los árboles venir arrebatados
en una eucalíptica carrera de locura.




Los árboles frenéticos de todas las ciudades
los que adornaron plazas, calles y jardines
sonando a remolinos de intensas tempestades
vinieron desde el fondo de todos los confines.


Los hombres desgarraron sus nidos y sus frondas
los hombres deshicieron sus ramas en pedazos,
los hombres les hirieron con piedras y con hondas,
los hombres les rompieron los troncos y los brazos.












Y como roto ejército que emigra de la guerra,
venían retemblando los árboles heridos
con las raíces hondas sacadas de la tierra
en medio de un tumulto de ciegos alaridos.




Sus pies como madejas de elásticos alambres
huían impelidos con pasos monstruosos
echando sus tentáculos de trémulas raigambres
como la planta inmensa de un cíclope asombroso.






                                       Pasaban sacudidos lo mismo que banderas
deshechos en jirones al dardo de las balas,
sin pompas del estío, ni verdes primaveras
sin risas y sin luces, sin nidos y sin alas...




Vedlos: temblando avanzan con furia arrolladora
trocados en tragedia sus rústicos placeres
y consternados vuelven la cara indagadora,
a ver si vienen hombres, o niños, o mujeres...


Silvando como fustas sus trémulos ramajes
van como en un desfile de homéricas zancadas
huyendo cual de un mundo terrible de salvajes
con las temblantes hojas de miedo alborotadas.








Buscan las vastas selvas, buscan los bosques altos
el maternal origen que les prestó su aliento
y por las cordilleras irían a grandes saltos
buscando de sus cunas de riscos el asiento.


(...) En épocas remotas de siglos venideros
cuando en las almas entre la luz de otra cultura,
bajad entre los hombres y sed sus compañeros
cuando sus frentes sepan de amor y de hermosura.


Los árboles son torres que el sol viste de lumbres,
guardianes que dominan los grandes horizontes.
son altos obeliscos que dios plantó en las cumbres
son bíblicas pirámides que dios puso en los montes.








SALVADOR RUEDA.
Frag. del poema 'La carrera de árboles'

A SABIENDAS




HAGO QUE TIEMBLES. DIEZMADA, FEROZ


IRREDENTA;


HERIDA AQUÍ EN EL COSTADO MÁS CÓNCAVO DE LA ESPECIE




TACTO EL MOUSSE DE TUS OJOS TRISTES






CAIGO EN TU ABISMO A SABIENDAS




SIN ABRIGOS...


PERSÍGNATE!




POR VOS ME BAÑO EN TREMENTINA Y SÁNDALO BLANCO




ESPLENDO TABÚ DE CHANEL:


BLASFEMO, ME ESTIMULO. PRESIENTO TU ABRAZO.


APROXIMO A TU ATIGRADO PECHO MIL PEZONES ERIZADOS.


ANSÍO ESA AMPLITUD DE ESTABLO.


DE AMAPOLAS Y MEMBRILLOS MADUROS, LA PELVIS.


ACECHO


TURGENTE AGUA.


ALICIA BENÍTEZ INÉS.

Su pueblo de arcilla

VIII. El coloquio de las ánforas
Quién aquí es la vasija y quién el alfarero?
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Oye más: una noche, entre el rumor postrero
del Ramazán, y antes que la luna se alzara,
quedéme solo dentro de un taller de alfarero,
por su pueblo de arcilla rodeado y prisionero.

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Y esta vez, entre todos, la voz desvanecida
circula cual si fuese el chirrido medroso
de cenizas de alguna lengua ha tiempo extinguida,
que mi oído excitado devolviese a la vida.

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Entonces uno dijo: -«No fué vano el intento
de amasar mi substancia con la más vil materia:
El que, sutil, me diera la forma que hoy ostento,
podrá tornarme en tierra informe en un momento».

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Y otro replica: -«¿Y qué? ¿Acaso no podría
un niño que en la copa escanció con deleite,
romperla, y el que la hizo de amor y fantasía,
no la quebrara, acaso, de cólera algún día ?»

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Nadie dió la respuesta; pero tras breve pausa,
otro vaso de menos arrogante figura,
-«Me burlan -dice- por mi menguada apostura;
¿la mano del artista tembló, pues, por mi causa?»

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Con la muerte y la vida el mismo qué inquiero;
el porqué siempre listo, pero no el por tanto;
y así otro vaso anónimo interroga certero:
-«¿Quién aquí es la vasija y quién el alfarero?»










       
Reseña biográfica 

Nació en Nichapur, Persia, hacia el año 1040 de la era cristiana, y vivió cerca de ochenta años.
Libertino, sibarita, ácido, místico y profeta, estudió Matemáticas y Astronomía, reformó el calendario musulmán, cultivó el Derecho y las Ciencias Naturales, pero todo le resultó insuficiente a la hora de resolver el misterio del Universo, las pasiones humanas y la existencia misma.
Se destacó en el plano de las letras por sus famosas «Rubaiyat», que constituyen  una alabanza al brindis, una enorme plegaria fragmentada en estrofas que remiten a la celebración del vino y del goce del instante frente a la finitud de la vida. ©


Omar kayyam.